domingo, septiembre 15, 2013

Carta a México

Adorado México:

Soy extranjera y llevo casi casi 12 años viviendo en ti. Durante todo este tiempo, al menos un par de veces a la semana, escucho preguntas como “¿De dónde eres? ¿Por qué llegaste a México? ¿Te gusta vivir aquí?”. Mi novio –mexicano– dice que no entiende cómo no me aburro de responderlas. Supongo que tiene que ver con que acepto que mi acento extraño –que creo nunca se me quitará– llama la atención y causa curiosidad. Cabe mencionar que cuando trato de imitar tu acento fracaso tristemente. Lo mejor que he conseguido es que un taxista me pregunte si soy de la costa. Muy mal.

Pero bueno, si fueras una persona y nos conociéramos, seguramente preguntarías eso mismo, así que te las respondo:

1. Soy de Chile.
2. Llegué porque mi ex, chileno, vino a vivir acá y yo con él. Terminamos pero me quedé.
3. Amo vivir en en ti.

Leo la respuesta 3 y por real que la siento, me parece curiosa mi vehemencia. No me entiendas mal, no es que lo dude, realmente te amo, pero es tan difícil entenderte. Ojalá no te ofendas con lo que te voy a decir, pero eres muy incongruente. Te indignas porque un pobre tipo no los lleva al Mundial de futbol (como si la crisis en ese deporte fuera sólo su culpa) pero que acepta sin chistar a un gobierno que propone una reforma de impuestos que jode directamente a la apenas pujante clase media, beneficia en nada a los pobres y no toca a los ricos. Te enojas por las marchas y el tráfico que causan sin informarte de las causas detrás de ellas y olvidar –otra vez– que los medios manipulan toda la información que llega a nosotros (NOTICIA: los maestros no son unos huevones ignorantes que no quieren ser evaluados, de verdad trabajan en las peores condiciones y la reforma aprobada sólo los perjudica más). Y eso que estoy hablando sólo de lo que ha ocurrido esta semana.

Qué te digo, lo siento, pero eres un país lleno de incoherencias, que dices sentirte orgulloso de tus raíces indígenas pero usas la palabra “indio” como un insulto y menosprecias a quienes vienen de esos pueblos (olvidando que casi todo latinoamericano tiene algo de sangre autóctona). Que celebra el día de la Madre como ningún otro país pero que eres tremendamente machista, llegando a la misoginia, con índices terribles de feminicidios. Donde la pobreza está dolorosamente presente cada minuto, en cada esquina, pero al mismo tiempo albergas al hombre más rico del mundo. En fin, podría seguir con varias cosas más, pero no se trata de eso.

¿Por qué te quiero entonces? Uy, esa lista es más larga. Adoro tu comida, a tu gente amable (sí, algunos incrédulos se reirán, pero los mexicanos son muy amables), tus colores, tu capacidad de convertir cualquier cosa en una fiesta, cómo no te tomas nada muy en serio (la parte buena de eso, al menos), tus paisajes, tu vitalidad. Te admiro como cultura rica, milenaria, compleja, llena de matices. Adoro recorrerte, conocer tus lugares, hacerlos míos. Pero, a riesgo de sonar egoísta, lo que más amo de ti es lo que has hecho de mí, lo que me has dado. No, no me voy a extender sobre el tema –no queremos convertir esto en un blog de autoayuda ni en foro de psicología popular–, pero como dijo un amigo de mi hermana que es finlandés (creo) pero que ha vivido en muchos países, lo bueno de vivir en un país que no es el tuyo es que te ayuda a liberarte de la nociones que te impone tu propio medio para descubrir quién eres en verdad. O algo así. Pero la cosa es que te ayuda a conocerte mejor. Y tú has sido infinitamente generoso conmigo, me has regalado oportunidades increíbles, de todo tipo, me has hecho feliz, más consciente de mí, más presente. Sí, bueno, yo también le he echado ganitas –qué tal, aplicando términos locales–, pero vaya que me has ayudado. Perdóname, soy una sentimental y no puedo evitar tanta cursilería.

¿Cómo continúa esto? Debo serte honesta, no tengo idea de cuánto tiempo siga contigo, quizá poco, quizá me quede para siempre. Ya asumí que hay una sensación de transitoriedad inevitable cuando eres extranjero, porque aunque viva toda mi vida acá, me nacionalice y tenga hijos mexicanos, entre el acento y tanto más que me hace diferente a tu gente, siempre seré “la chilena”. Como sea, es triste verte así, tan difícil, tan enfermo, y no puedo fingir ceguera frente a tus problemas. ¿Qué me queda? Mientras esté contigo, tratar de ayudarte, en lo que pueda, como pueda.

Leo lo que escribí… no era la idea esta entrada fuera tan personal, pero otra cosa que he aprendido contigo, es que no se puede saber con certeza cómo van a terminar las cosas y es mejor aceptar eso. En fin, ya me despido. Me gustaría decirte “Feliz cumpleaños de independencia” pero no puedo. Espero lo entiendas, esto no se siente muy feliz y no respondo bien a la formalidad sólo por cumplir. Pero en lugar de eso, te doy las gracias, profundas, honestas y llenas de amor.

0 comentarios:

Publicar un comentario